hablaban sobre la mutilación genital femenina y su
protagonista: Ayaan Hirsi Ali. Aquí os lo dejo para vuestra información.
“Me enseñaron que es más importante ser virgen que estar
viva”. Ayaan Hirsi Ali fue islamita, su familia mutiló sus genitales y su padre
arregló su matrimonio. Pero ella escapó
y se convirtió en activista. Hoy vive bajo amenaza de muerte. Esta es su historia.
Ese día, Theo van Gogh tenía que
andar con guardaespaldas. Habían pasado dos meses desde el estreno de su
cortometraje Submission, sobre la violencia contra las mujeres musulmanas, y
había recibido amenazas de muerte. Pero él no quería seguridad.
El lunes 2 de noviembre del 2004,
Theo se fue temprano en su bicicleta negra a su oficina en Ámsterdam. Detrás de
él, Mohammed Bouyeri, un extremista islámico de 26 años, lo seguía.
En medio de una ciclovía, le
disparó Van Gogh cayó de su bicicleta, aún vivo. Bouyeri lo miró en el suelo,
disparó cuatro veces más, le cortó la garganta y le enterró, con un cuchillo,
una carta en el pecho.
Las cinco páginas, escritas en
holandés, estaban dirigidas a Ayaan
Hirsi Ali, la guionista de Submission. Theo van Gogh la conoció en el 2003 y
después de un año consiguió su número: la llamó hasta convencerla de hacer un
corto juntos. La diputada y activista somalí se declaraba feminista, atea y
crítica del islam.
Según escribió Mohammed Bouyeri
en la carta, ella sería la siguiente en morir: “Liberaste un búmeran y sabes
que es solo cuestión de tiempo antes de que este búmeran selle tu destino (…). Pero no te culpo. Como un soldado del
diablo, estás solo haciendo tu trabajo.
Señorita Hirsi Ali, apuesto mi vida a que estás sudando con terror mientras
lees esto”.
Ayaan Hirsi Ali nació prematura
en Mogadiscio, la capital de Somalia, en 1969.
Pesó 1,5 kilos y su madre y su abuela se preocuparon de cuidarla.
Su casa tenía patio y un gran
árbol, donde la familia rezaba para que Hirsi Magan Isse, el padre de Ayaan,
saliera de la cárcel. El había sido una de las figuras principales en la
revolución somalí y por su oposición al dictador Mohamed Siad Barre fue
encarcelado.
“No tengo muchos recuerdos de mi
padre. Mi abuela y las otras mujeres de mi familia estaban constanteente cuidándonos y diciéndome a mí
y a mi hermana que no hiciéramos cosas,
que cruzáramos la piernas, que n nos subiéramos a los árboles, que no riéramos,
que bajáramos la mirada. Pero mi hermano
y los otros niños podían hacer lo que quisieran”.
Una de las tradiciones más
radicales en Somalia era la mutilación
del clítoris de las mujeres, para que las niñas “consiguieran la pureza”. El
padre de Ayaan se oponía a esa práctica, pero seguía en la cárcel cuando su abuela
decidió que era el momento de Ayaan. Ella tenía 5 años y su hermana, Haweya, 6.
La mutilación se hizo en la pieza de su
abuela, en manos de un desconocido, con tijeras y sin anestesia.
“Cuando crecí me enseñaron que es
más importante permanecer virgen que estar viva, mejor morir que ser violada.
Mi abuela pensaba que no iba a encontrar marido si no estaba purificada”.
La familia de Ayaan –su madre,
abuela, hermana y hermano – tenía que moverse por el desierto buscando pasto
para sus rebaños. Vivieron en Somalia, Etiopía, Arabia Saudí y Kenia.
Ayaan tenía 8 años cuando
llegaron a Arabia Saudita. Por primera vez se sorprendió con la radical
opresión a las mujeres: se tenían que cubrir de pies a cabeza, no podían
conducir ni salir de sus casas sin un hombre que las acompañara.
El padre de Ayaan, Hirsi Magan
Isse, se escapó de la cárcel de Somalia en 1976, y por años se vieron de manera
intermitente. “Comencé a ir a clases y no podía distinguir mi colegio de las
clases de Corán, por toda la religión que nos enseñaban”.
Un año después se fueron a vivir
a Etiopía. Después vino Kenia,
donde vivieron por 10 años. Los colegios
eran mixtos y la madre de Ayaan no quería que su hija estuviera cerca de
hombres. Por eso, contrató a un profesor particular somalí, que le enseñaba lo
mismo que Ayaan ya había aprendido antes. Cuando el profesor sentía que Ayaan
se rebelaba o perdía la atención, le pegaba. Un día, después de azotarla contra
la pared de su sala, le fracturó el cráneo.
En Kenia, entró al instituto
Nairobi de Jóvenes Musulmanas, donde por primera vez pudo cuestionar su manera
de vivir la religión: ¿Por qué las mujeres no podían hacer lo mismo que los
hombres? Aunque ahora podía preguntar
todas las respuestas aludían a Alá.
El esposo de Ayaan iba a ser un hombre
al que ella nunca había visto, un primo lejano en Canadá. Su padre habría
arreglado el matrimonio, práctica a la que muchos musulmanes se someten. Ayaan
tenía 23 años.
“Una vez que una musulmana se
casa, con o sin su consentimiento, ella tiene que serle fiel a su marido, al
que nunca le dirá su primer nombre, solo rajel ( mi señor). En el caso de
divorcio o de quedar viuda, el trabajo de monitorear sus actividades
sexuales es asumido por sus nuevos
guardianes: sus hijos, si son adultos, o el padre de su esposo y su linaje
masculino. Esos hombre pueden seleccionar a su nuevo esposo”, dice Ayaan en su
libro Nómade.
Cuando llegó el momento de
casarse, Ayaan huyó a Ámsterdam. Sin embargo, decir que estaba escapando de un
matrimonio forzado no era razón suficiente para conseguir asilo en Holanda. Con
ese argumento, la podían enviar de regreso a África. “Tenía que decir que
estaba siendo perseguida en Somalia por mis pensamientos políticos o por mi
clan. No era verdad, pero eso fue lo que dije”. Ayaan consiguió el “A status”,
que le permitía estar y viajar por Holanda. Comenzó a vivir en un centro para
refugiados. Le dieron una tarjeta de identificación y la opción de pedir un
crédito bancario. Por primera vez, iba a manejar su dinero.
Del 2001 al 2006, su familia perdió contacto con Ayaan. “Se alejaron de mí
porque abandoné el islam. Me decían que estaban decepcionados. Ellos intentaron
rezar por mí, se enojaron, trataron de persuadirme. Lo único que decían era que
yo era una infiel, pero no se daban un minuto para escuchar mi lado de las
cosas, no me hablaban”. Después de luchar con el idioma, entró a la universidad
para estudiar Ciencias Políticas.
Dejó el islam y, luego de
criticar públicamente la religión, recibió sus primeras amenazas de muerte. Se
fue a vivir un tiempo a Estados Unidos, y a su regreso el Partido Popular por
la Libertad y la Democracia, el ala más liberal de la derecha holandesa, invitó
a Ayaan a unírsele. En enero del 2003, salió elegida diputada.
Empezó a acercarse a su compañera
de partido Rita Verdonk, que era ministra de Inmigración e integración. La
relación política fue estable, hasta que Verdonk quiso postularse para ser
presidenta de su partido y le pidió a Ayaan que la apoyara públicamente. Ella
le respondió que no. “Mi vida en Holanda terminó abruptamente en mayo del 2006.
Aunque en ese momento era una prominente miembro del Parlamento, la ministra
Verdonk me quitó mi ciudadanía”, recuerda.
A pesar de sus intenciones, la
presión política y mediática hicieron que verdonk tuviera que rectificar.
Mientras perdía y recuperaba la ciudadanía, los vecinos del condominio de Ayaan
dijeron que sus vidas estaban en peligro por tenerla como vecina. “No medijeron
nada directamente, pero fueron al gobierno y pidieron que me echaran. Les
dijeron que no y llevaron el tema a la corte”. Sin asilo y sin apartamento,
Ayaan quiso volver a escapar.
En el 2008, el padre de Ayaan
estaba hospitalizado en Londres por una leucemia. Ella fue a verlo, a pesar del
constante rechazo que sufrió en los últimos
16 años. “Él ya no podía hablar, pero cuando puse mi mano sobre la de él, la
apretó. Eso cambió mi vida, porque quedaban atrás los años en que lo hice
enojar y ser infeliz. Creo que me perdonó”. Ayaan retomó contacto con su
familia, a pesar de que todo su entorno cercano sigue creyendo ciegamente en el
islamismo conservador.
En mayo del 2010 , Ayaan fue a la
gala de la revista Time en Nueva York con un ceñido vestido de seda azul. Había
sido escogida en el 2005 como una de las personas más influyentes del año y eso
le valió la invitación.
Ahí también estaba Niall
Ferguson, historiador, profesor de Oxford y Harvard, y una de las personas más
influyentes del 2004, según Time. El historiador notó el vestido. Un año después se casaron. Tuvieron a su primer
hijo, Thomas. Ayaan por fin pudo frenar su vida nómada y asentarse en Nueva
York.
“Puedo decir que estoy felizmente
casada y que tengo un pequeño niño al que adoro, pero no puedo decir más, por
el tema de la seguridad”, dice Ayaan por teléfono, quien ha escrito cinco
libros y da charlas sobre la emancipación de la mujer musulmana.
Desde hace 10 años convive con
sus guardaespaldas y con la amenaza de grupos terroristas musulmanes. “La gente
generalmente me pregunta cómo es vivir
con guardaespaldas. La respuesta corta es que es mejor eso que estar muerta”:
Montserrat A
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