miércoles, 19 de noviembre de 2014

VIRGINIA WOOLF, UN LUGAR PROPIO EN EL MUNDO

Es una de las escritoras más brillantes de todos los tiempos. Reflejó como nadie la conciencia femenina y reivindicó que, para que este rico mundo interior pueda fluir y expandirse, necesita de condiciones externas como la autonomía y la libertad personales.

Virgina Woolf fue una escritora británica reconocida, principalmente, por su etilo literario y sus ideas sobre el feminismo. Escribió sobre las dificultades de la mujer para consagrarse a la escritura o al estudio en un mundo dominado por los hombres y sus ensayos han estado entre los textos más evocados por el movimiento feminista.
Nació en una familia rica e intelectual, y aunque no fue enviada al colegio, a diferencia de sus hermanos varones, la variada biblioteca de su padre la acercó a las letras y estimuló su deseo de convertirse en escritora. Comenzó su carrera literaria escribiendo ensayos y críticas, y destacó como novelista. En el periodo de entreguerras fue una importante figura en la sociedad  literaria londinense y formó parte del círculo de Bloomsbury, una élite ilustrada de la que formaron parte los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, el economista John Maynard Keynes y la escritora Katherine Mansfield, entre otros. Alli conoció Virginia a su marido, Leonard Woolf, con quien fundó la editorial Hogarth Press, donde editó su obra y la de autores como Sigmund Freud y T.S. Elliot. Vivió rodeada de los grandes creadores de su época y destacó entre ellos. La historia de la cultura cambió sustancialmente con sus aportaciones literarias: el monólogo interior esa voz que surge de lo más profundo de cada uno, sus puntos de vista acerca de lo femenino y hasta el planteamiento de la andrógina como una de las maneras de manifestar el ser. Virginia nos habla de la necesidad de generar y conservar un espacio en el que puedan incubarse nuestras ideas y convicciones. “Todo cuanto las mujeres necesitan para escribir novelas es solamente una cosa, independencia económica y personal, esto es, una habitación propia”, escribió en Una habitación propia. La mujer puede poner en palabras, orales o escritas, lo que siente, tanto a solas consigo misma como en su participación social o cultural.

Virginia es de admirar no solo por sus obras, sino también por la autenticidad con la que vivió. Fue atrevida y desafió la conducta imperante en su época. Lanzó ideas y plantó semillas en la conciencia de las mujeres, aunque su vida no fue fácil, azotada por hechos dramáticos y aquejada de tendencias bipolares que le causaron mucho dolor. De niña, sufrió abusos sexuales de sus hermanastros, y cuando apenas tenía 13 años tuvo que enfrentarse a la muerte de su madre y , dos años después, a la de su hermana. Una dura carga que le provocó su primer colapso nervioso, lo que se agravaría más tarde, con la muerte de su padre, que le causó un  ataque de pánico por el que tuvo que ser ingresada. Ya no le abandonarían el estrés nervioso y las depresiones severas, que terminaron en su suicidio.

Pero Virginia sublimó su dolor en arte. ES verdad que el sufrimiento la superó, no pudo curar las heridas y armar la suficiente cicatriz para sentirse contenida. Y creo que es importante decir que en la actualidad existen muchas terapias y medicaciones para auxiliar a personas que sufren grados tan altos de depresión. Pero a principios del siglo XX los recursos eran pocos y ella buscó una salida creativa para tanto dolor. Escribió sobre los pensamientos que la atormentaban, lo que nos enseña lo positivo de extraer nuestro dolor de la sombra para comenzar el proceso de curación. Encausar la angustia en creación.
Esa capacidad se puede ver en su escritura, que tiene que ver con  la introspección y el fluir de la conciencia. Puso en duda la objetividad del pensamiento y alertó sobre las trampas de la conciencia y sus posibilidades de enmascarar la realidad. Se dedicó a explorar los motivos psicológicos y emocionales de sus personajes y se negó a reducir el yo a los condicionantes históricos, aunque la historia haya sido na interminable explotación de las mujeres por los hombres. Virginia nos enseña a hacernos respectar como mujeres, a encontrar nuestro lugar más allá de ser parte de una familia o de nuestros roles de esposa o madre.
También, desde otro lugar, nos enseña a acallar a nuestro juez interno, a dejar de padecerlo Muchas veces nos juzgamos, nos criticamos y generamos ideas que nos torturan (“no debería hacer eso”,  “no es bueno que piense esto”,”si deseo esto, significa que soy mala”, “no soy suficientemente buena”). Nos enseña anular su influencia y el sufrimiento que causa. Abandonar el hábito de maltratarnos, exigirnos, enjuiciarnos hasta llenarnos de culpa. Virginia luchó con su tendencia a criticarse y autocensurarse. Leer a los clásicos le hacía pensar que sus textos no eran buenos. Que jamás estarían a la altura de los grandes. Pero se atrevió, se sostuvo, y nunca dejó de escribir o de publicar. Nos enseña a hallar una mirada que nos empuje hacia la tarea y fortalezca nuestro trabajo; a no permitir nunca el maltrato: ni el de la sociedad, cuando nos cree inferiores y sin derechos, ni el propio, cuando saborea nuestro camino y nuestras posibilidades creativas.

Virginia no vivió la pareja como un punto de llegada, sino como uno de partida. Como era común en el Círculo de Bloomsbury, creía en el amor sin prejuicios y cuando se enamoró de la jardinera y escritora Vita Sackville-West, a la que dedicó Orlando, no dudó en vivir su amor homosexual. Pero nunca abandonó a su marido. Cada uno ayudó al otro para crear una felicidad compartida. Ella  nos induce a respetar el mundo previo de trabajo, amigos y relaciones del otro, y nos habilita para aportar el nuestro a la relación. A dejar que el encuentro de almas permita  descubrir qué hay de nuevo en nuestro interior y qué hay que descubrir en el otro, de modo que la relación pueda prosperar. Nos enseña a permanecer en la confianza y a permitir el retiro de cada uno a sus propios espacios. El amor es contacto y espacio. Cada uno en su sana medida. Al final, sus últimas palabras fueron para Leonard Woolf: “Toda la felicidad de mi vida te la debo a ti. No puedo creer que dos personas puedan ser más felices de lo que fuimos nosotros”.

Y esa puede ser su última lección. A pesar de las graves depresiones, Virginia halló la felicidad y motivos para estar agradecida. “La vida misma, cada momentos de ella, cada gota de ella, aquí en este instante, ahora, en el Sol, en Regent’s Park, fue suficiente, de hecho, demasiado”, escribió. Tal vez, como dice el crítico Harold Bloom, ese es el punto central de la obra y de la vida de Virginia: la búsqueda del “éxtasis del momento privilegiado”, con un libro entre las manos, una conversación entre amigos o una página escrita con sinceridad reveladora. Un éxtasis que ella conoció como “un espacio de pura calma, de intensa serenidad sin viento”. Pero esos momentos no vienen solos. Como escribió el maestro budista Arnaud Maitland: “Cada ser humano tiene cuerpo, mente y la energía vital para usarlos de manera provechosa. Se puede ser feliz y ser útil a los demás de muchas maneras diferentes. El poder apreciar estas oportunidades es la clave de una existencia plena de sentido”.Fuente: Silvia Salinas.

Montserrat A




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