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Virgina Woolf fue una escritora
británica reconocida, principalmente, por su etilo literario y sus ideas sobre
el feminismo. Escribió sobre las dificultades de la mujer para consagrarse a la
escritura o al estudio en un mundo dominado por los hombres y sus ensayos han
estado entre los textos más evocados por el movimiento feminista.
Nació en una familia rica e
intelectual, y aunque no fue enviada al colegio, a diferencia de sus hermanos
varones, la variada biblioteca de su padre la acercó a las letras y estimuló su
deseo de convertirse en escritora. Comenzó su carrera literaria escribiendo
ensayos y críticas, y destacó como novelista. En el periodo de entreguerras fue
una importante figura en la sociedad literaria
londinense y formó parte del círculo de Bloomsbury, una élite ilustrada de la
que formaron parte los filósofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, el
economista John Maynard Keynes y la escritora Katherine Mansfield, entre otros.
Alli conoció Virginia a su marido, Leonard Woolf, con quien fundó la editorial
Hogarth Press, donde editó su obra y la de autores como Sigmund Freud y T.S.
Elliot. Vivió rodeada de los grandes creadores de su época y destacó entre
ellos. La historia de la cultura cambió sustancialmente con sus aportaciones
literarias: el monólogo interior esa voz que surge de lo más profundo de cada
uno, sus puntos de vista acerca de lo femenino y hasta el planteamiento de la
andrógina como una de las maneras de manifestar el ser. Virginia nos habla de
la necesidad de generar y conservar un espacio en el que puedan incubarse
nuestras ideas y convicciones. “Todo cuanto las mujeres necesitan para escribir
novelas es solamente una cosa, independencia económica y personal, esto es, una
habitación propia”, escribió en Una habitación propia. La mujer puede poner en
palabras, orales o escritas, lo que siente, tanto a solas consigo misma como en
su participación social o cultural.
Virginia es de admirar no solo
por sus obras, sino también por la autenticidad con la que vivió. Fue atrevida
y desafió la conducta imperante en su época. Lanzó ideas y plantó semillas en
la conciencia de las mujeres, aunque su vida no fue fácil, azotada por hechos
dramáticos y aquejada de tendencias bipolares que le causaron mucho dolor. De
niña, sufrió abusos sexuales de sus hermanastros, y cuando apenas tenía 13 años
tuvo que enfrentarse a la muerte de su madre y , dos años después, a la de su
hermana. Una dura carga que le provocó su primer colapso nervioso, lo que se
agravaría más tarde, con la muerte de su padre, que le causó un ataque de pánico por el que tuvo que ser
ingresada. Ya no le abandonarían el estrés nervioso y las depresiones severas,
que terminaron en su suicidio.
Pero Virginia sublimó su dolor en
arte. ES verdad que el sufrimiento la superó, no pudo curar las heridas y armar
la suficiente cicatriz para sentirse contenida. Y creo que es importante decir
que en la actualidad existen muchas terapias y medicaciones para auxiliar a
personas que sufren grados tan altos de depresión. Pero a principios del siglo
XX los recursos eran pocos y ella buscó una salida creativa para tanto dolor.
Escribió sobre los pensamientos que la atormentaban, lo que nos enseña lo
positivo de extraer nuestro dolor de la sombra para comenzar el proceso de
curación. Encausar la angustia en creación.
Esa capacidad se puede ver en su
escritura, que tiene que ver con la
introspección y el fluir de la conciencia. Puso en duda la objetividad del
pensamiento y alertó sobre las trampas de la conciencia y sus posibilidades de
enmascarar la realidad. Se dedicó a explorar los motivos psicológicos y
emocionales de sus personajes y se negó a reducir el yo a los condicionantes
históricos, aunque la historia haya sido na interminable explotación de las
mujeres por los hombres. Virginia nos enseña a hacernos respectar como mujeres,
a encontrar nuestro lugar más allá de ser parte de una familia o de nuestros
roles de esposa o madre.
También, desde otro lugar, nos
enseña a acallar a nuestro juez interno, a dejar de padecerlo Muchas veces nos
juzgamos, nos criticamos y generamos ideas que nos torturan (“no debería hacer
eso”, “no es bueno que piense esto”,”si
deseo esto, significa que soy mala”, “no soy suficientemente buena”). Nos
enseña anular su influencia y el sufrimiento que causa. Abandonar el hábito de
maltratarnos, exigirnos, enjuiciarnos hasta llenarnos de culpa. Virginia luchó
con su tendencia a criticarse y autocensurarse. Leer a los clásicos le hacía
pensar que sus textos no eran buenos. Que jamás estarían a la altura de los
grandes. Pero se atrevió, se sostuvo, y nunca dejó de escribir o de publicar.
Nos enseña a hallar una mirada que nos empuje hacia la tarea y fortalezca
nuestro trabajo; a no permitir nunca el maltrato: ni el de la sociedad, cuando
nos cree inferiores y sin derechos, ni el propio, cuando saborea nuestro camino
y nuestras posibilidades creativas.
Virginia no vivió la pareja como
un punto de llegada, sino como uno de partida. Como era común en el Círculo de
Bloomsbury, creía en el amor sin prejuicios y cuando se enamoró de la jardinera
y escritora Vita Sackville-West, a la que dedicó Orlando, no dudó en vivir su
amor homosexual. Pero nunca abandonó a su marido. Cada uno ayudó al otro para
crear una felicidad compartida. Ella nos
induce a respetar el mundo previo de trabajo, amigos y relaciones del otro, y
nos habilita para aportar el nuestro a la relación. A dejar que el encuentro de
almas permita descubrir qué hay de nuevo
en nuestro interior y qué hay que descubrir en el otro, de modo que la relación
pueda prosperar. Nos enseña a permanecer en la confianza y a permitir el retiro
de cada uno a sus propios espacios. El amor es contacto y espacio. Cada uno en
su sana medida. Al final, sus últimas palabras fueron para Leonard Woolf: “Toda
la felicidad de mi vida te la debo a ti. No puedo creer que dos personas puedan
ser más felices de lo que fuimos nosotros”.
Y esa puede ser su última
lección. A pesar de las graves depresiones, Virginia halló la felicidad y
motivos para estar agradecida. “La vida misma, cada momentos de ella, cada gota
de ella, aquí en este instante, ahora, en el Sol, en Regent’s Park, fue
suficiente, de hecho, demasiado”, escribió. Tal vez, como dice el crítico
Harold Bloom, ese es el punto central de la obra y de la vida de Virginia: la
búsqueda del “éxtasis del momento privilegiado”, con un libro entre las manos,
una conversación entre amigos o una página escrita con sinceridad reveladora.
Un éxtasis que ella conoció como “un espacio de pura calma, de intensa
serenidad sin viento”. Pero esos momentos no vienen solos. Como escribió el
maestro budista Arnaud Maitland: “Cada ser humano tiene cuerpo, mente y la
energía vital para usarlos de manera provechosa. Se puede ser feliz y ser útil
a los demás de muchas maneras diferentes. El poder apreciar estas oportunidades
es la clave de una existencia plena de sentido”.Fuente: Silvia Salinas.
Montserrat A
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