Hace años visité Damasco y varias
ciudades que en estos momentos y debido a la larga guerra están siendo
destruidos. La situación me apena por muchas circunstancias: primero porque lo
conocí en su esplendor cultural, su gente amable y abierta, su comida
magnifica… pero ahora ha cambiado y veremos si el final está cerca.
Pero hay vida más allá del frente
aunque no podemos tirar cohetes. Un baile, un restaurante o ir a clase se han
convertido en fugaces reductos de normalidad en la capital de un país
destrozado por cinco años de guerra. La idea troncal de este post se ha hecho
en base a un artículo escrito por Natalia Sancha El País semanal del mes de Abril.
Cuando hablamos de un baile, no
nos hagamos la idea de nuestro concepto de “local” para escuchar música, hablo
de un sótano con varias parejas bailando salsa y que nada más entrar sustituyen
sus zapatillas deportivas por tacones rojos adornados con piedrecitas de
cristal. Todas aguardan en orden en la barra con su “copa” hasta que alguien
las saca a bailar. Todas podemos entender que en la situación de guerra en que
se encuentran poder “disfrutar” de algo de ocio, significa un lujo.
No penséis que el hecho de
redactar este post de esta manera significa que hay un reducto en algún rincón
de siria donde nadie se entera de la guerra. No, solo intentan olvidar por una
hora la realidad que encontraran al salir de ese sótano donde han estado
bailando un rato disfrutando de un momento y una vida a la que tienen derecho y
se les ha arrebatado. Al salir saben que la realidad está al abrir esa puerta
de sótano, donde la responsabilidad de la supervivencia recae sobre todos los
componentes de la familia, donde todos deben compaginar estudios y trabajo, si
son afortunados.
Los bares proliferan en la
capital: triplican ya la oferta de la preguerra. Medio millón de sirios combaten en el frente, mientras el resto,
unos 22,5 millones de civiles, prosiguen su vida como pueden. En la Siria de hoy coexisten muchas
realidades en las que sus protagonistas, los habitantes, viven vidas paralelas
según clase social a la que pertenecen y sobre todo bajo que fuerza militar se
encuentra el lugar donde viven.
Damasco alberga a nueve millones
de personas, de los cuales un tercio son desplazados llegados de las cuatro
esquinas de Siria, lo que convierte la capital en un minipaís en cuyas calles
se mezclan acentos y vestimentas y su nuevo himno es “Estamos vivos, damos
gracias a Dios”.
Pero cada vez aumenta más la
proporción de mujeres frente a los hombres absorbidos por el frente o por la
inmigración.
En las aulas el 70% de los que
estudian son mujeres. “Los chicos están en el frente, bajo tierra o en
Alemania”. A los viejos amigos se les suplantan los nuevos, con 45000
estudiantes llegados de las zonas calientes, como se refieren a las áreas donde
hay combates, en busca de una educación gratuita.
Los sirios desenpeñan diferentes
trabajos los siete dias de la semana, y en casa sortean la falta de
infraestructuras. En los últimos meses disfrutan de tener luz durante 8 horas
al día y vuelve a haber agua. Se utiliza más las bicicletas debido al factor de
subida de carburante difícil de asumir y los controles de carretera que producen grandes atascos.
El embargo y la economía de
guerra están a punto de extinguir a la clase media. La lira siria se ha
devaluado en un 900% desde 2010. La oferta de turismo interno se limita a la
costa de Latakia, base de operaciones de los cazas rusos.
La alta burguesía siria que apoya
al régimen se puede permitir permanecer ajena al conflicto. Docenas de clientas
aprovechan las rebajas de las grandes marcas en una tienda de la capital. Un
pañuelo de Dior cubre el cabello de Alaa, que junto a sus amigas juega cada
tarde a las cartas aferrada a un narguile en el barrio de abu Rumana, el más chic
de damasco. Allí los generadores suplen los cortes de electricidad en lujosos
apartamentos. Entre semana, degustan la
variedad gastronómica que ofrecen sus restaurantes, desde el sushi hasta la
cocina italiana. Para ellas,
Damasco se cuenta en un puñado de calles a las que
ni los morteros rebeldes dan alcance.
En la otra punta de la geografía
siria, los pacientes mueren bajo las bombas o de enfermedades crónicas por
falta de tratamiento u hospitales. Más de 11 millones de personas han
abandonado sus hogares huyendo del constante mirar al cielo por lo que parece
un proyectil, aunque el rugido solo sea el tubo de escape de una moto. Wafaa
Alshalabi estima que 7 de cada 10 sirios sufren de estrés postraumático.
A medida noche, la luz de las
bombillas cierran y las jóvenes cambian sus zapatos rojos con cristales
brillantes por sus deportivas.
Esta es la cara y la cruz de una
guerra y las injusticias que tienen que vivir su pueblo sin haberlo querido y
creo que tampoco merecido.
Montserrat A
DAMASCUS: LIFE
Years ago I visited Damascus and several cities
right now and because of the long war are being destroyed. The situation
saddens me by many circumstances: first, because I met him in his cultural
splendor, its friendly and open people, food magnificent ... but now has
changed and see if the end is near.
But there is life beyond the front but we can
not shoot rockets. A dance, a restaurant or go to class have become fleeting
pockets of normality in the capital of a country torn apart by five years of
war. The core idea of this post has been made based on an article written by
Natalia Sancha The weekly Country of April.
When we talk about a dance, let us have no idea
of our concept of "local" to listen to music, I speak of a basement
with several couples dancing salsa and just entering replace their sneakers for
red heels decorated with pebbles of glass. All await in order at the bar with
his "cup" until someone brings dance. We can all understand that the
war situation in which they are able to "enjoy" some leisure, means a
luxury.
Do not think that the fact of writing this post
in this way means that there is a redoubt Syrian somewhere where nobody knows
war. No, just try to forget reality for an hour they found to get out of that
cellar where they have been dancing a while enjoying a moment and a life to
which they are entitled and has been taken from them. On leaving they know that
reality is to open the basement door, where responsibility for survival rests
upon all members of the family, where everyone must combine studies and work,
if they are lucky.
Bars proliferate in the capital and supply
tripling prewar. Half a million Syrians are fighting on the front, while the
remaining approximately 22.5 million civilians, continue their life as they
can. In Syria today coexist many realities in which its protagonists, the
inhabitants live parallel lives as social class to which they belong and
especially under that military force is the place where they live.
Damascus is home to nine million people, of
whom one third are displaced people coming from the four corners of Syria,
making the capital a MINIPAIS whose streets accents and clothes are mixed and
their new anthem is "We are alive, we thank Goodbye".
But each time further increases the proportion
of women versus men absorbed by the front or immigration.
In classrooms 70% of those studying are women.
"The guys are on the front, underground or in Germany." Old friends
were supplanting the new, with 45000 students coming from hot areas, as they
refer to areas where there is fighting, looking for a free education.
Syrian desenpeñan different works seven days a
week, and at home they circumvent the lack of infrastructure. In recent months
they enjoy having light for 8 hours a day and there is again water. bicycles
factor due to rising fuel difficult to assume and roadblocks that cause traffic
jams is used more.
The embargo and the war economy are about to
extinguish the middle class. The Syrian lira has depreciated by 900% since
2010. The supply of domestic tourism is limited to the coast of Latakia, home
base of Russian fighters.
The high bourgeoisie that supports the Syrian
regime can afford to remain outside the conflict. Dozens of customers take
advantage of the discounts of the big brands in a store in the capital. A Dior
scarf covering the hair Alaa, who plays with her friends every evening at
clinging letters to a hookah in the neighborhood of Abu Rumana, the most chic
damask. There generators supplement the power outages in luxury apartments.
Weekdays, taste the culinary variety offered by its restaurants, from sushi to
Italian cuisine. For them, Damascus is counted in a handful of streets that
rebel mortars or give scope.
At the other end of the Syrian geography,
patients die under the bombs or chronic diseases due to lack of treatment or
hospitals. More than 11 million people have left their homes fleeing constantly
looking at the sky for what looks like a projectile, but the roar is only the
exhaust pipe of a motorcycle. Wafaa Alshalabi estimates that 7 out of 10
Syrians suffer from PTSD.
As night light bulbs close and girls change
their bright red shoes with crystals for their sport.
This is the face and the cross of war and the
injustices they have to live without having loved his people and I think not
deserved.
Montserrat A
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