La ansiedad dispara en la gente
la necesidad de comer
constantemente, aun cuando no lo necesite. Aprender a
controlar es clave para bajar de peso.
Existe un tipo de apetito, un
impulso de comer que no se da precisamente por la necesidad fisiológica de
consumir alimentos, sino por la ansiedad. Se trata del hambre psicológico, y
para Rubén Bravo, portavoz del Instituto Médico Europeo de la Obesidad ( IMEO)
y experto en nutrición, reconocerla es vital para dejar de comer en forma
excesiva.
“Para muchas personas con
sobrepeso-dice Bravo- la cuestión no es qué comer, sino cuándo parar de comer”,
y recuerda que hoy la gente consume muchas más calorías de las que necesita.
Según Bravo, es importante saber distinguir entre el hambre que surge a raíz de una necesidad del cuerpo
y la ansiedad. A esta última la describe como el “hambre psicológica” , que
puede ser estimulada por las emociones, la tendencia depresiva, la glotonería o
el simple aburrimiento.
El primer paso para hacerle
frente a la ingesta excesiva, es asegurarse de no tener hambre comiendo
pequeños bocados o entremeses, entre cinco y siete veces al día.
“las personas que se ven
obligadas a desayunar o cenar muy temprano o muy tarde, deberían aumentar las
ingestas habituales con pasabocas, que pueden ser un yogurt antes de ir a la
cama, y una pequeña vianda no calórica a media mañana”, añade Bravo.
“El hambre producida porel ayuno
es aliada de la ansiedad y los atracones”, dice.
PLANERA LA COMIDAS
Bravo insiste en la importancia
de planificar la alimentación para no improvisar cuando el hambre ataque. Eso
incluye llevar una lonchera con fruta, un bocadito y yogurt al trabajo, en
lugar de sacar paquetes de la máquina expendedora.
Otra de las formas de aumentar la
saciedad a lo largo del día es consumir siempre proteínas, carbohidratos y
grasas saludables en cada comida principal; por el contrario, es conveniente
“evitar los dulces y los hidratos de carbono simples o refinados que no sen
integrales o con un alto contenido de fibra” señala.
Para rebajar la ansiedad, el IMEO
recomienda no saltarse las comidas y
evitar dietas impersonales, demasiado estrictas o que limiten la vida social,
porque a largo plazo fracasan.
De acuerdo con el IMEO, el
indicador más claro de una ingesta impulsiva es comer rápido, sin saborear la comida y terminar en
pocos minutos con el palto. A este se suman el consumo de porciones enorme y el
picoteo en exceso antes de los platos principales, comportamiento común entre
las personas que llegan a su casa de trabajar en las noches.
Cuando es atacado por la
ansiedad, intente comer despacio mientras logra tomar el control de la
situación; escoja primero los alimentos
proteicos, que tiene mayor poder de saciedad.
Para aumentar la sensación de
saciedad habrá que controlar
siempre las cantidades grandes de
comida y se evitan las comilonas, mejora la rigidez gástrica. Cuando se come en exceso, el estómago se
dilata y estimula mecanismos situados en sus paredes, que transmiten
información a una zona llamada “centro de la saciedad”, que es una de las
encargadas de indicarle al cuerpo que ya comió bastante. Si se acostumbra al
estómago a recibir las cantidades justas de comida, se volverá más rígido y
será mucho más fácil controlar el apetito.
El estress y también la ansiedad, preparan al organismo para la pelea; cuando las
situaciones que los generan ocurren, éstos hacen que la corteza cerebral no se
ocupe de otra cosa… mucho menos de comer. Pocas cosas acaban tanto como una
preocupación, y gran parte de ese deterioro tiene su explicación en la falta de
comida.
En los momentos de tensión la corteza cerebral, ese lugar donde se
produce el pensamiento, hormonas como el cortisol y otros glucocorticoides
impiden recibir las sensaciones de
hambre y de malestar; en otras palabras, esas necesidades no se suplen.
Esa activación de la corteza
cerebral no permite que zonas inferiores de este órgano regulen los tiempos de
actividad y descanso, es decir que conciliar el sueño también se vuelve
difícil. El problema es que el insomnio genera más estrés, y éste aumenta la pérdida del
apetito…
Las angustias aumentan la acidez y la motilidad del tracto
digestivo. Eso puede producir dolor diarrea, náusea y vómito, que hacen que las
personas piensen en todo, menos en comer.
La comida está ligada al placer y
en los momentos de tensión eso pasa a un segundo plano; la persona angustiada o
estresada pierde, literalmente, el gusto por los alimentos. Cualquier bocado,
por rico que sea, no estimula.
La angustia se atenúa un poco con la respiración: inhale,
lleve el aire a su abdomen, sosténgalo durante cuatro segundos, llévelo al
pecho durante cuatro más y exhale lento
por la boa. Hágalo varias veces. Por mal que se sienta, trate de hacer
ejercicio. Coma, así sea un poco, pero evite los azúcares, y busque una distracción. Si ve que la cosa
no mejora, corra, al médico. No se auto medique.
Montserrat A
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