Conectarse con
la tierra. Volver la mirada hacia los alimentos libres de químicos y cultivados
por uno mismo. Así funciona el alquiler de parcelas para convertirse en
agricultor sin abandonar la capital.
Mi Ecoherta
propone una iniciativa pionera en Colombia: parcelas en alquiler en La Calera
para que cultive su propia comida. Así función: (artículo del periódico El tiempo 1de junio. Escrito por Irene Larraz).
Son ocho
kilómetros, apenas 20 minutos, lo que separa a los ecohuertos, en La Calera de
la carrera séptima. Lejos del ruido, la contaminación y el asfalto, pero cerca
de la ciudad, Maria Angélica Suárez y su hija Anni, de seis meses, remueven las
malezas, riegan y observan cómo crecen fresas, zanahorias, cilantro hierbabuena…
especies que han sembrado en su huerto de 20 metros cuadros. La suya es solo
una de las seis parcelas que el proyecto Mi Ecohuerta ya tiene arrendadas, con
el fin de reconectar a la gente con la tierra y promover un consumo responsable
y sostenible.
Lesly Rubiano, ,
ingeniera ambiental, y Ómar Ayala, especialista en gerencia ambiental, tomaron
esta tendencia de Europa, donde la
nostalgia por las raíces agrícolas y la preocupación por una alimentación libre
de químicos han volcado a la gente a cultivar sus propios alimentos.
Huerta “el
cerezo”, “Villa Lucas”… : el agroecólogo Diego Cubillas se mueve en un campo
sembrado de parcelas con nombre propio
que van desde los 20 hasta los 100 metros cuadrados, vigilando los cultivos y
enviando informes diarios a los hortelanos que no pueden asistir. “ Lo que
queremos incentivar es la agricultura orgánica , sin ningún tipo de
agroquímicos. Así se produce un alimento muy sano y con más sabor, pero que
require de más paciencia y no genera tanto como las supercebollas ni los
supermaíces transgénicos”. Aquí los niños también aprenden que las cosas tienen
un valor”. Además de tener un control absoluto sobre lo que se come y cómo está
producido Econuertas promueve el rescate de técnicas y productos ancestrales
como la chugua, los cubios y las ibias, tubérculos propios de la región que “se
habían olvidado porque comercialmente no eran viables, pese a que su contenido
proteínico y vitamínico es muy alto”, señala el ingeniero. Así, entre los
talleres que imparten, hay uno de recetas, otro sobre herramientas de labriego, y uno más de germinación entre
otros.
Para Ayala y
cubillas, las técnicas agrícolas de producción masiva van a ir cediendo terreno
a una producción sostenible entre las familias, donde cada uno produzca lo
necesario para el consumo propio de una forma no agresiva con el medio
ambiente. En Bogotá, 8500 familias
producen alimentos para consumo doméstico en huertas urbanas, y la capital es
ya una de las ocho ciudades más verdes de Latinoamérica, según la Organización
para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Rafael Zabala,
representante de la FAO en Colombia, considera que esta tendencia se enmarca en
el “slow food”, un movimiento mundial en torno a los alimentos que se consumen,
dónde y cómo se producen, los hábitos alimentarios, y el origen de los recursos
y sistemas agroalimentarios de una región. “Esta filosofía comienza como una
marca, pero tiene mucho que ver con los esquemas de agricultura familiar. Se
subraya la importancia de una alimentación sana, y que la familia pueda dedicar
un tiempo a su alimentación mediante la
producción de alimentos. Esto es especialmente importante en Colombia, donde se
consume la mitad o menos de las frutas recomendadas por la OMS”
Cómo conseguir una ecohuerta
El precio va
desde los 68000 pesos al mes por la parcela de 20 metros hasta los 2.150000
pesos mensuales por la de 100 metros. El pago incluye un taller mensual,
vigilancia, orientación, herramientas, riego, mantenimiento del cultivo,
semillas, abono, espacio en la cámara de germinación e informes de cómo
progresa su parcela.
Una tendencia mundial
Fruto del “slow
food” y otros movimientos ecologistas, ciudadanos europeos han reclamado a sus
alcaldías y gobiernos que pongan a disposición de los ciudadanos “huertos de
ocio”. Es el caso, por ejemplo, de Vitoria y Logroño, ciudades españolas donde
se habilitaron estos espacios a raíz de los presupuestos participativos, una
cuota de las partidas municipales que se destina a propuestas de la sociedad civil.
En estos casos, la alcaldía sorteó entre los ciudadanos inscritos la concesión
de un lote de terreno municipal para el cultivo de pequeñas parcelas, con uso
de técnicas respetuosas con el medio ambiente.
Su caso no es el
único; en Grecia, por ejemplo, el alcalde de la localidad de Marousi transformó
la tierra de un vertedero en pequeñas parcelas que ahora son gestionadas por 40 familias
golpeadas por la coyuntura económica, según recogía la BBC.
Montserrat A.
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