Brajraj Mahapatra, ex monarca, nació en 1921 en Tigiria (Orissa, India), donde murió el 30
de noviembre de 2015.
Fue el último rajá de Tigiria,
uno de los estados principescos que perdieron su soberanía tras la
independencia de la India. La pérdida de los tributos de sus súbditos y el
desenfreno de sus gastos le llevaron a la ruina. Despojado de la corona,
obligado a vender el palacio real en el que había habitado su dinastía desde el
siglo XIII y abandonado por su familia, ha pasado sus últimos años de vida en
una choza de barro.
Este artículo ha sido extraído
del periódico El Mundo, del martes 8 de Diciembre del 2015 y escrito por
Eduardo Álvarez. Os lo transcribo porque me ha parecido interesante e increíble
pero en cualquier caso, real como la vida misma.
La historia del último rajá de
Tigiria parece querer imitar a la novela El príncipe y el mendigo, de Mark
Twain, con los ribetes exóticos de cualquier relato de Kipling.
Brajraj Mahapatra –recientemente
fallecido a los 94 años- fue el último rey de Tigiria, el más pequeño de los 26
estados principescos que existieron en la actual Orissa, en la India, bajo el
mandato del Imperio británico. Inmediatamente rico al nacer, acabó sin embargo
sus días como un mendigo. Pasó de portar corona, vivir en un fastuoso palacio
real y tener una flota de 25 coches de época a su antojo , a malvivir durante
algo más del último cuarto de siglo en una choza de paja y cemento , alimentado
gracias a la caridad de sus otros súbditos. Una biografía para ser novelada o
llevada a la gran pantalla por algún estudio de Hollywood.
Bajo el Raj británico la India
estuvo dividida entre el territorio directamente gobernado por el monarca
inglés a través de sus administradores y el resto del país, un mosaico de hasta
500 estados principescos a cuyos monarcas se autorizó ejercer un poder
limitado. Fueron los tiempos del máximo esplendor para las cortes, tantas veces
ociosas, de los maharajás.
Brajrar Kshatriya Birbar
Chamupati Singh Mahapatrasu nombre completo, nació en 1927. Y , siendo todavía
veinteañero, ascendió al trono que su familia llevaba ocupando desde el siglo
XIII en Tigiria, un diminuto reino de Orissa, estado de la costa este de la
India, bañado por la bahía de Bengala.
No tardó en adquirir fama de
playboy –como tantos otros príncipes soberanos del Raj- y, sobre todo, de gran
cazador. La caza mayor ha sido el deporte favorito de la realeza a lo largo de
la historia. Mahapatra presumía de los 13 tigres y los 28 leopardos que había
logrado abatir. Las motos, los coches, el buen whisky escocés y las escapadas
de ocio a Calcuta eran las otras aficiones a las que se entregaba con
desenfreno el último raja de Tigiria.
Como correspondía a su estatus,
se casó con una princesa, Rani Ras ManjariDevi, perteneciente a la familia real
de Sonepur, otro delos estados principescos de Orissa. Tuvieron tres hijos y
tres hijas.
Tras la segunda Guerra Mundial y la proclamación de
la independencia india en el años 1947,
el rajá de Tigiria, como la inmensa mayoría de los
monarcas del subcontinente, firmó la adhesión de su Estado a la recién creada
Unión india. Se acabó así con siglos de historia de gobiernos principescos y se
daba el primer paso hacia la creación de la actual República. Como contrapartida,
las autoridades de Nueva Delhi prometieron a aquellos más de 500 monarcas una
pensión vitalicia, cuya cantidad variaba en función del rango real e
importancia de cada uno de ellos.
Pero al ya destronado rajá de Tigiria la pérdida de
los tributos de sus súbditos y el desenfreno de sus gastos no tardó en
convertirle en un paria. Así, en 1960 se vio obligado a vender el palacio real.
Poco después se separó de su esposa y muchas de las propiedades que le quedaban
pasaron a manos de sus hijos.
Aunque lo peor llegó en 1975, cuando la entonces
primer ministra Indira Gandhi abolió los últimos privilegios feudales que
mantenían los príncipes indios, incluida la pensión gubernamental vitalicia con
la que contaban .
Sin recursos económicos y , al parecer, abandonado
a su fuerte por su propia familia, el rajá de Tigiria se marchó a vivir a otra
localidad con uno de sus hermanos. Pero en 1987 decidió regresar a la población
que le había visto nacer y sobre la que había reinado.
Desde entonces, y hasta su muerte, según informan
los periódicos indios, ha malvivido como un mendigo en una choza de barro, con
una techumbre de amianto. De vez en cuando algún periodista o curioso se
acercaba hasta su cabaña para interesarse por los tiempos fastuosos en los que
Brajrar Mahapatra se desplazaba a lomos de alguno de los elefantes del establo
real y era saludado con el disparo de nueve salvas que correspondían a su
rango. Y él solía responder que “igual que había sido rey, ahora el mendigo,
pero que no se arrepentía de nada de lo que había hecho en su vida”. Poco
tenía, pero poco necesitaba, puesto que cada día vecinos del lugar le llevaban lentejas
o arroz para comer, en un gesto de respeto y cierta devoción por el hombre que
alguna vez se había sentado en el trono.
Lo admirable de todo ello es el poder de adaptación
que tiene el humano y sobretodo la comunidad india. Ascender socialmente es
sencillo de asumir pero bajar de escalafón cuando has tenido el mundo en tus
manos, es duro y muy difícil. No todo el mundo está preparado para ello.
Montserrat A
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